El discurso argumentativo responde a la intención comunicativa con la finalidad de convencer o persuadir. El emisor busca a través de sus palabras un cambio de actitud o de opinión en el receptor.
Sus principales características son:
Lógica: Los argumentos u opiniones que se den han de tener una base racional bien sólida. El discurso no puede tener una apariencia arbitraria.
Convicción: Las razones que se aporten han de ser convincentes. Eso no quiere decir que sean verdaderas, sino que tienen que parecer verdaderas. Sería parecido a la diferencia entre realidad y verosimilitud (a veces la realidad es inverosímil, y la ficción de un relato puede parecer real como la vida misma) a la hora de convencer el emisor puede incluso apelar a emociones o sentimientos propios o del receptor.
Suavidad: Es importante que la argumentación se desarrolle suavemente, sin prepotencia ni brusquedad. Ha de parecer que las ideas han estado ahí desde siempre, y que nosotros lo único que hemos hecho es transcribir una verdad universal.
Humildad: Un discurso argumentativo bien construido ha de ser humilde, sin aires de grandeza. El lector tiende a desconfiar de quien necesita grandes palabras para argumentar una opinión.
Sus principales características son:
Lógica: Los argumentos u opiniones que se den han de tener una base racional bien sólida. El discurso no puede tener una apariencia arbitraria.
Convicción: Las razones que se aporten han de ser convincentes. Eso no quiere decir que sean verdaderas, sino que tienen que parecer verdaderas. Sería parecido a la diferencia entre realidad y verosimilitud (a veces la realidad es inverosímil, y la ficción de un relato puede parecer real como la vida misma) a la hora de convencer el emisor puede incluso apelar a emociones o sentimientos propios o del receptor.
Suavidad: Es importante que la argumentación se desarrolle suavemente, sin prepotencia ni brusquedad. Ha de parecer que las ideas han estado ahí desde siempre, y que nosotros lo único que hemos hecho es transcribir una verdad universal.
Humildad: Un discurso argumentativo bien construido ha de ser humilde, sin aires de grandeza. El lector tiende a desconfiar de quien necesita grandes palabras para argumentar una opinión.
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